miércoles, 7 de marzo de 2012

Lebasi, ciudad de las mil y una maravillas.



Buenas tardes amigos y amigas: 

Después de salir de un virus que se ha llevado por delante a mi familia y a mi por supuesto también, (y de una recaida del ordenador con el virus anterior) estamos aquí de nuevo. Mañana haré una entrada sobre el relato de la sabiduria que comenté anteriormente. Hoy me vais a permitir otro relato, un tributo especial en forma de historia. A ver que os parece.

Me había perdido, ¿cómo era posible?, mira que me lo dijeron varias veces. Recto, tras aquella bocacalle a la derecha, recto de nuevo y un par de señalizaciones más allá hubiese encontrado el lugar donde me esperaban. 

No contento con ello, no me había perdido en una callejuela si no que estaba en mitad de ninguna parte, debería haberme detenido antes, preguntar, maldita sea, solo hay campos alrededor. Me bajé del vehículo, - un magnífico Aston Martin D29, color metalizado y que con solo mirarlo te entraban ganas de abrazarte a él y no despegarte nunca- miré alrededor y desorientado busque a una persona que al menos me pudiera sacar de allí. No pensaba separarme del coche para explorar, miedo me daba de que alguien lo mirara más fuerte de la cuenta y se me rallara ( sí, es paranoico, pero es mi coche, me ha costado sangre y dolor conseguirlo y no pienso abandonarlo en medio de un sitio que ni tenía una carretera decente). Mas cual fue mi sorpresa cuando en el horizonte surgió una figura, juraría que apareció como de la nada, pues miraba atentamente los alrededores y de repente allí estaba a unas decenas de metros. 

La persona que se iba acercando revelaba poco a poco sus detalles físicos; era una persona oronda, se le veía bien alimentada, tenía un andar hipnótico; eran pasos seguros pero muy gráciles, como una bailarina clásica con movimientos lentos. De repente me vió y alzó la mano, sin pensarlo hice lo mismo. Al poco lo tenía enfrente de mi, lo miré y lo primero que me llamó la atención eran sus ojos, madre mía, eran cautivadores, sus pupilas jugaban con la luz del lugar y parecian cambiar de color, los tenía grandes pero no desentonaban con el resto de su rostro que era bastante amplio también, en sus dedos tenía diversos anillos de oro macizo, colgantes y cadenas tenía en su cuello y varios pendientes en las orejas, todo de una ostentación de importancia. Se abrió una sonrisa que ocultaba bajo unos labios gruesos y suaves, y era la típica sonrisa que hacía que sonrieras a su vez. Sus dientes brillaban más allá de toda lógica. Me estrechó la mano, eran manos grandes y suaves, tenía las uñas completamente pulidas. No paraba de preguntarme por qué me fijaba en todos sus detalles, por qué resultaba tan cautivador. Me habló y quede completamente absorto:- Buenas tardes, caballero, estás perdido, no te preocupes que te acabo de encontrar. - Su voz era suave y aterciopelada, te envolvía y te acariciaba con medias verdades, mirandome a los ojos continuó.- Acompáñame. 

Hace un minuto no me hubiese alejado ni unos metros del coche, pero allí estaba, andando con un completo desconocido, gire mi cara hacia él y le dije:
- Me llamó Alex ¿ y tú?- él me miró y con una de sus luminosas sonrisas comentó:- Mi nombre carece de importancia, pero lo que te voy a enseñar, ¡ay!, es inigualable.
- Pero lo que yo necesito es encontrar el camino de vuelta.
- ¿Eso quieres realmente?- Me dijo escrutándome fijamente. 
- ¿A qué te refieres?
- Te voy a mostrar a Lebasi, la ciudad de las mil y una maravillas- Dicho esto empecé seriamente a preocuparme por mi seguridad y por la cordura de aquel hombre. Y la verdad es que tenía motivos para inquietarme: vestía como un mercader del siglo XVII, sus ropajes eran holgados, telas finas y la seda imperaba en su vestimenta, un cinturon que le quedaba por debajo de la barriga le ensalzaba lo mencionado hace un momento. Por si fuera poco sus colores eran por decirlo suavemente, vivos. Una mezcla de amarillo, rojo y morado que hacía que te mareases con solo mirarlo. Pero él lo llevaba orgullosamente y transmitía cordialidad y tranquilidad a pesar de la estravagancia de sus ropajes. 

- Lebasi.- sonreí disimulando cordialidad-. Así que Lebasi, aja, bien, pero ¿qué quieres mostrarme allí? Además en España no he oído jamás nombre parecido-. El mercader orondo de nombre desconocido se detuvo, se giró hacia mi, extendió sus brazos y me cogió los hombros con las manos, mirándome a los ojos me encontré de nuevo engullido por esos iris mágicos y me adormeció mientras hablaba: 
- Te voy a mostrar el paraiso; allí los edificios son de oro, los ríos alimentan los arboles frutales, sus monumentos son el sueño inalcanzable de los artistas, los oceanos navegan por el aire pero el agua cae suavemente por los riscos que la rodean, los palacios alcanzan el cielo y los animales se mezclan en una perfecta armonía con la naturaleza. Allí no hay dolor, no hay ira, no hay guerras, no hay ambición, allí todo es paz, es un refugio, es diversión, alegría y risas con un eco sin fin. Lebasi es la ciudad que tu corazón ansiaba buscar sin saberlo, Lebasi está hecho para ti y tú estás hecho para Lebasi.


Su tono de voz delataba verdadera pasión, desprendía promesas de una paz inalcanzable, de entusiasmo y frenesí pero también de tranquilidad. No pude evitar a mi pesar sentirme atraido sin remedio, de sentir ramalazos de deseo, de proyectarme en la cabeza como sería mi vida allí. Ligeramente extasiado le quise preguntar algo pero me interrumpió: - Lebasi te pertenece pero no es tuyo al igual que tu perteneceras a Lebasi, vas a poder alojarte en ella mientras te acepte: vas a cuidar que sus arboles crezcan, sus edificios se mantengan, sus fuentes den agua pura y cristalina, a veces no hará buen tiempo, tal vez tengas problemas para conseguir mantenerlo todo en orden, pero la mayoría de tus días seras dichoso, te sentirás completo, respiraras el aire más puro, saborearas los mejores manjares, disfrutarás de los mejores momentos y el tiempo se movera a tu antojo. 

Llegamos ante sus puertas y contemplé boquiabierto las murallas kilométricas, tenía unas puertas macizas con bajorrelieves pintando escenas de éxtasis, y por dentro, sólo puedo decir que era el paraíso. Dentro podría hacer grandes cosas pero...miré al mercader y le pregunté: 
- ¿Puedo salir cuando quiera?
- Cuando desees-. Sonreí alividado.- Pero...
- ¿Pero? ¿ pero qué?
- Podrás salir cuando quieras, Lebasi es una ciudad para convivir con el resto del mundo, es tú refugio, no tu carcel, es tu hogar, no tu celda. Tienes que seguir con tu vida pero sabiendo que Lebasi tiene sus puertas abiertas para ti y que debes cuidarla. El único requisito es que tu coche deberá quedarse en ella, si alguna vez sales con tu vehículo de Lebasi no podrás volver. 
- ¿ Por qué?
- Con ese maravilloso coche podrías encontrar palidas sombras de Lebasi, y eso ella no te lo perdonaría.
- ¿ Quién eres?- No podía tener mayor curiosidad.
- Tengo multiples nombres y no te sientas único, pues les aparezco a casi todos para mostrarle sus lugares de predilección, me gustan las apuestas y por ello lo hago, a veces gano y a veces pierdo, pero es inevitable que mi fortuna es gracias a que en mayor o menor medida consigo mis objetivos. Si te quedas en Lebasi conseguiré una buena comisión-. Me dijo guiñandome un ojo.- ¿ Quién soy?, según que cultura tengo distintas acepciones: Xochiquetzal, Kāmadeva, Eros.....o Cupido.

Yo ya no lo escuchaba, estaba entrando en la ciudad, y una de sus maravillas es que sus formas cambiaban a su antojo, contemplaba atontado la formación en medio de la ciudad de una playa, un horizonte sin fin de agua dibujaba el paisaje. Y en ella, bañandose, una figura de melena dorada que reflejaba la luz del sol, me esperaba paciente en sus aguas. Me sumergí con la ropa sin pensar y desaparecí en aquella ciudad encantada.


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